julio 9, 2019
Tecnología y trabajo
Listín Diario / Opiniones
Autora: Margarita Cedeño de Fernández
El avance de la tecnología parece ser imparable. La Ley de Moore planteaba que cada dos años se duplicaría el número de transistores en un circuito integrado, pero lo cierto es que se ha quedado corto el augurio de su autor, Gordon Moore, que también predijo que ese número de transistores equivaldría, cada año, al número de hormigas sobre la faz de la tierra.
La analogía pretendía poner en perspectiva la velocidad a la que avanza la tecnología, para comprender la forma en que va permeando todos los ámbitos de la sociedad. El progreso de los pueblos y la solución de problemas siempre están en el horizonte de los seres humanos, como objetivos a cumplir. La innovación está escrita en nuestro ADN y la ciencia siempre ha sido un eje central de las sociedades.
En ese sentido, como ha dicho Yuval Noah Harari, “la idea de tener un puesto de trabajo por toda la vida cada vez parece más arcaica”. La OCDEha planteado que el 12% de los puestos de trabajo tienen un riesgo de automatización alto y el 38% de los puestos de trabajo tienen un riesgo de automatización medio. En consecuencia, los trabajadores que tienen el nivel de cualificación más bajo y las rentas más bajas, son los que enfrentan el gran reto de adaptarse a una vida laboral distinta.
Y el reto no es tan solo en cuanto a la automatización. La información disponible para el ser humano se duplica cada siete años también, lo que obliga a la actualización constante y cuestiona el modelo de vida que establece que la edad de formación cognitiva está limitada. Quizás en el futuro los seres humanos tendrán que ir a la Universidad muchas veces durante su ciclo de vida.
El riesgo mayor es pensar y aceptar que la innovación tecnológica y la inteligencia artificial, es decir la tecnología, se aceleran a un ritmo que escapa a nuestra comprensión. Por el contrario, siempre deben estar dentro del control de los seres humanos porque, aunque los desafíos son numerosos, el futuro del trabajo no es un escenario predefinido, sino que dependerá del ingenio de los seres humanos, del involucramiento del Estado, las empresas y los trabajadores.
El pasado nos muestra que los cambios tecnológicos impactan fuertemente en el mercado de trabajo, tal y como lo plantea un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de la autoría de Mariano Bosch, Laura Ripani y Carmen Pagés. Pero no menos cierto es que la humanidad ha sobrevivido exitosamente cambios tan fundamentales como la electricidad, los medios de transporte y las telecomunicaciones. Y en cada ocasión que han surgido estos cambios disruptivos en la sociedad, hemos logrado mayor inclusión y mejoras sustanciales para el bienestar de la humanidad.
El riesgo en la actualidad, recordando la Ley de Moore, es la velocidad con la que suceden los cambios en la actualidad. Nuestra capacidad de adaptación es limitada y es por ello que tenemos el deber de prepararnos para el impacto económico, social y político de un futuro donde se redefine el concepto de trabajar, en base a los cambios sociodemográficos que experimenta el mundo y, en particular, la región de América Latina y El Caribe; una región que comienza a envejecer. La base fundamental para estar preparados es comprender que existen barreras importantes que dificultan que nuestra región absorba el tsumani tecnológico que acecha a la humanidad. La cuarta revolución industrial es una oportunidad y un reto, que no debemos subestimar, pero que tampoco debemos dejar pasar.