septiembre 3, 2019
Quién forma, quién educa
Listín Diario / Opiniones
Autora: Margarita Cedeño de Fernández
Vivimos una época única en la historia de la humanidad, donde el intercambio masivo de conocimientos y el flujo constante de talento nos imponen la necesidad impostergable de mejorar constantemente el sistema educativo, al tiempo que reivindicamos el rol de la familia en la educación de los hijos.
En sus cátedras de la Universidad de Königsberg, Immanuel Kant proclamó que la educación comprendía la disciplina y la instrucción, y que los seres humanos no solo debían ser hábiles y cultos, sino que habían de tener un criterio con arreglo al cual “solo escoja los buenos fines”.
Es el criterio que han mantenido durante siglos las instituciones a cargo de moldear a los ciudadanos en su comportamiento en la sociedad, que son el Estado y la Iglesia, a través del sistema educativo, y la familia en el ejercicio de sus atribuciones dentro del hogar. Sin embargo, hoy se habla mucho de que los centros educativos están para educar mientras que la familia está para formar, ignorando que ambas tareas son totalmente inseparables e indisolubles.
Es una disyuntiva válida que sirve para moldear de una manera correcta las políticas públicas educativas, ya que preparar a los ciudadanos para vivir en sociedad es una tarea compartida por toda la población, especialmente por quienes administran el sistema educativo y por la familia.
Comprender correctamente cual es el rol esperado por parte de cada uno de los actores, permite que la tarea de educar y la tarea de formar, se realicen con mayor eficiencia y con un uso correcto de los recursos puestos a disposición del sistema educativo, que ya sabemos que han sido aumentados de acuerdo con las expectativas de la población.
Hoy en día, tanto los profesores como los padres y tutores deben ser facilitadores del conocimiento y la información, pero a la vez deben ser formadores, a través de su comportamiento, sus reacciones y la imagen exterior que proyectan. Esto así porque en la raíz misma de la palabra educación encontramos un verbo latino que significa “guiar” o “conducir”, que es lo mismo que formar.
Educar es transmitir conocimientos, formar es preparar para la vida. Para que funcione correctamente el sistema educativo, la escuela no se puede limitar solo a transmitir conocimientos, mientras que el hogar aporte los valores y las herramientas de vida. ¿El involucramiento de los padres en la formación de sus hijos no incluye el intercambio de información pertinente para la vida del estudiante? ¿El aprendizaje no incluye la enseñanza de valores morales? ¿No se adoptan posturas éticas en la escuela y en el hogar? ¿La influencia de padres y maestros no genera en el estudiante una ideología política, económica y social para su futuro?
La reflexión sobre estas y otras preguntas confirman que educar y formar son tareas compartidas entre el sistema educativo, el hogar y, en general, toda la sociedad, responsable de las normas sociales, que hoy en día están en el limbo. No hay una delimitación clara entre una y otra tarea y que, por demás, el mundo en que vivimos demanda que ambas tareas se aborden desde un punto de vista integrador, entendiendo que el aprendizaje envuelve un modo de actuar y genera opiniones sobre la vida, que marcarán el devenir de nuestros niños.
Pensar que la formación es un aspecto periférico de la persona es erróneo, lo mismo que afirmar que la acumulación de conocimientos es suficiente para tener buenos ciudadanos.
¿Cuál es la educación que necesitamos para la generación que está creciendo? Necesitamos formar ciudadanos capaces de discernir cuál es el valor de la información que reciben y cómo pueden ponerla al servicio del bienestar común.
Educar es dirigir, formar es moldear, son dos tareas con el mismo nivel de importancia, con el mismo impacto en la sociedad y de un valor fundamental para el futuro de la humanidad. No corresponden a nadie en particular, nos toca a todos ser parte de ambas.